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Tiflotecnología, los ojos de las personas ciegas.
1 de junio de 2022
Antonio Sanjurjo (75 años) ha cogido tres autobuses para llegar desde su casa, en Boadilla del Monte (Madrid), hasta la Delegación Territorial de ONCE, en el centro de la capital. Tiene menos de un 10% de visión en el ojo izquierdo desde hace tres años, con el derecho hace mucho tiempo que dejó de ver. Con práctica y una aplicación móvil que le indica por voz los horarios de los autobuses, ha conseguido dominar esta ruta. Hoy le toca otra clase con Elena Almazán, su instructora en tiflotecnología, que le está enseñando a sacarle aún más partido a su teléfono móvil a través del lector de pantallas que los dispositivos inteligentes ya llevan incorporados de serie.
Ambos toman asiento en unas de las aulas de la quinta planta del edificio de ONCE, el lugar donde aquellos que han perdido visión por debajo del 10% se afilian gratuitamente a la organización y aprenden a adaptarse a su nueva vida; según datos de ONCE, unas 3.000 personas anualmente –principalmente mayores de 60 años–. Primero, se les presta un servicio psicológico, fundamental para aceptar su discapacidad, y, después, se les instruye en aspectos fundamentales como la movilidad por la ciudad o el uso de la tiflotecnología (del griego tiflo, que significa ciego) o tecnología adaptada (se abre en ventana nueva).
“Si ya es difícil vivir sin tecnología para cualquier persona, en el caso de aquellas que padecen discapacidad visual es lo que marca la diferencia entre ser autónomo o estar constantemente dependiendo de los demás”, explica Elena Almazán. Ella es una de los muchos instructores de tiflotecnología que ONCE tiene en todas las provincias españolas, los “tiflos”, como les llaman cariñosamente sus alumnos. Su misión es enseñar a las personas ciegas a desenvolverse con la tiflotecnología, ya sea a través de atajos de teclados en el ordenador que les permiten navegar por páginas webs y el resto del dispositivo, o con dispositivos inteligentes y táctiles, con decenas de gestos de uno, dos, tres y cuatro dedos –cinco, incluso, en el caso de las tabletas–.
“Acuérdate, Antonio, de que, con un toque prolongado de dos dedos, silencias el lector de pantallas. Ahora, ¿te acuerdas de cómo íbamos atrás al menú de aplicaciones?”, le indica a su alumno. En esta clase, Antonio está aprendiendo a descargarse audiolibros de la biblioteca de ONCE, en la que hay más de 70.000 títulos. “Soy un lector impenitente”, se ríe, “y esto era de lo que más ilusión me hacía aprender”.
Las clases de tiflotecnología para adultos son individuales. “Cada persona tiene un nivel de aprendizaje distinto y unas necesidades diferentes”, aclara Almazán, que añade que depende también del uso que vayan a hacer de la tecnología, para trabajar o estudiar, por ejemplo. “La edad y la experiencia previa con la tecnología influyen. A las personas mayores les puede costar un poco más, aunque hay de todo. En cambio, en las personas más jóvenes se nota mucha más destreza”, apunta la instructora.
Para los más pequeños, la introducción al uso de estas tecnologías adaptadas se realiza de manera colectiva en los Centros de Recursos Educativos de ONCE, en los que se les proporciona todo lo necesario para que “puedan ser uno más en el aula de su colegio”. Asier Vázquez (40 años, Bilbao) recuerda cómo su “tiflo” le enseñó a desenvolverse con la tecnología que estaba disponible hace casi tres décadas. Aunque nació con poca visión, hasta los 12 años podía leer con letra aumentada. En la adolescencia dejó de ver por completo. “Cuando no ves nada es cuando te das cuenta de que la tecnología es fundamental para prácticamente todo”, cuenta Vázquez en conversación telefónica. “Cuando yo era pequeño, había cosas que nos facilitaban mucho la vida, como las máquinas de escribir, los anotadores braille, las cintas de casete en las que alguien nos grababa los textos…”, recuerda, “pero nada que ver con lo que tenemos hoy, es increíble cómo ha evolucionado todo desde entonces”.
¿Cómo se adapta la tecnología para las personas con discapacidad visual?
Elena Almazán lleva trabajando como instructora de tiflotecnología desde 1993 y, en su opinión, la mayor revolución tecnológica para las personas con discapacidad visual han sido los lectores de pantalla y los teléfonos inteligentes. “Lo más importante es que ya vienen integrados, da igual el sistema operativo. Antiguamente tenías que comprarte el ordenador y, aparte, el lector de pantalla”, explica.
Aunque la innovación tecnológica ha ido perfeccionando estos programas, siempre hay modelos y versiones que responden mejor que otros. ONCE presta de manera gratuita a sus afiliados uno de los lectores de pantalla más avanzados en la actualidad, Jaws, que sirve tanto para los puestos domésticos como de trabajo, y cuyo precio de mercado está en torno a los 1.000 euros. Del mismo modo, cuando un afiliado de la ONCE comienza a trabajar en una empresa en la que se utiliza un programa informático determinado que no tiene una opción tiflotecnológica, el personal técnico de la organización lo adapta.
En un mundo digital como el de hoy en día es necesario garantizar el acceso universal a la tecnología (se abre en ventana nueva). “El problema es que la innovación no siempre tiene en cuenta a las personas con discapacidad visual”, apunta José María Ortiz, responsable del departamento de Consultoría e Innovación del Centro de Tiflotecnología e Innovación (CTI) de ONCE, un laboratorio de referencia en España y en el mundo – algunos técnicos han colaborado con gigantes tecnológicos como Microsoft, situado en Vallecas.
En el CTI, trabajan para revertir esta situación y adaptar la tecnología: “A veces son soluciones muy simples, pero que suponen un cambio tremendo para la autonomía de las personas ciegas”, apunta Ortiz, que pone de ejemplo las placas vitrocerámicas. “¿Cómo puede una persona ciega cocinar si los botones son táctiles? Es bastante complicado”. El CTI ha creado una plantilla en relieve a partir de impresión 3D y adaptada a diferentes modelos de vitrocerámica que permite localizar los botones al tacto.
Fuente: Ble News