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Tratamiento para mejorar los síntomas del Parkinson mediante Estimulación Cerebral.

Radiografía del sistema ECP
12 de diciembre de 2018
Desde que apareció el primer neuroestimulador, en los años 70, hasta la puesta en escena de la DBS (Estimulación Cerebral Profunda en inglés), ha llovido mucho. Hacer una intervención quirúrgica en el cerebro no es una cuestión baladí. Como herencia de un periodo en el que destruir algunas partes cerebrales se admitía como tratamiento, la neuroestimulación profunda ha vivido algunos momentos complicados.
Las terapias actuales, sin embargo, no se parecen en nada a las viejas “trepanaciones”, sino a lo que se hace con los marcapasos más modernos. Esencialmente, una terapia de Estimulación Cerebral Profunda consiste en colocar unos electrodos unidos a una batería de marcapasos. Estos estimulan la parte dañada con una corriente continua, de baja intensidad.
El resultado es evidente: la parte motora recupera su control. El neuroestimulador bloquea las señales nerviosas que provocan los temblores y el típico movimiento de “rueda dentada” (a trompicones), gracias a su señal continua. Para poder colocar los electrodos, primero hay que revisar dónde se produce el fallo, algo que se hace mediante resonancia magnética funcional y tomografía, por ejemplo.
Todo el aparato se coloca bajo la piel, al menos en su versión más moderna. Normalmente se controla con un mando que permite ajustarlo o apagarlo. Una vez colocado el electroestimulador, la terapia puede ayudar a controlar la enfermedad durante, al menos, unos 10 años, si no más.